En este poemario tan orgánico, tan anatómico y por eso tan visceral, o ¿será tan visceral y por eso tan orgánico y anatómico?, Miguel Quisiera escribir y despojarse célula a célula de sus sentimientos, entregándonos una vorágine de emociones que van desde su encuentro con Alexis, su sueño más profundo, hasta el nacimiento y sus respectivas implicaciones con Emilio, su hijo. Sutilmente nos percatamos de las semejanzas que existen entre el proceso creador de engendrar a un bebé o un poema. En el primero, millones de espermas competirán para llegar a ser, sólo uno, el más fuerte, el más chingón y lograr convertirse en embrión y después de 40 semanas de gestación, arropado en la comodidad del vientre materno, arribar a este mundo. Para concebir un poema, miles de palabras se disputarán el privilegio de ser las elegidas, las más audaces, las más precisas, las más irreverentes, o tal vez, las más grotescas, todas al servicio de su creador.

En este nuevo libro, el poeta vacía su esencia y así después de No tener nada en qué pensar, va desnudando su interior y desahogando sus entrañas; el amor por esa musa/medusa que con su mirada hipnótica es capaz de convertirlo en piedra y enredarlo entre sus siseantes cabellos y atenazadoras piernas, cual serpientes venenosas para acogerlo, cogerlo y juntos alcanzar orgasmos intergalácticos, orgasmos de vida, que se convierten en un llanto desesperado que los despierta a media noche, a media madrugada y los lanza de golpe al mundo real de los pañales y las canciones de cuna. Dejarán de soñar para ser atrapados por la cotidianidad y el tedio, sin embargo, no hay tiempo para eso, hay que pagar las cuentas, hacer las compras, ver a los amigos, a los padres, ir a trabajar, regresar a lo terrenal y entonces el día se acaba, o ¿será que apenas empieza? Inicia como cada mañana con El azul infinito y la sonrisa de Emilio iluminando la habitación como rayos de sol filtrándose por la ventana.

En estas líneas, el escritor nos provoca a despertar del letargo en que la ciudad manicomio nos tiene enfermos de inacción y como autómatas vamos por la ruta marcada; de pronto un destello, una luminiscencia nunca antes vista nos deslumbra y nos sacude, entonces vibramos, dejamos atrás la apatía y tomamos conciencia de estar vivos y peor aún, o ¿será mejor aún? nos hace partícipes de que fue capaz junto con su luciérnaga brillosa de parir un niño torácico.


Como una
Biopsia, el autor de Diario gris desmenuza sus caminos, dejándose arrastrar hacia el abismo para intentar defender la poesía, ahora que a nadie le importa e intentará a través de sus versos, rescatarla del olvido y la insensibilidad colectiva.

Por cada grieta de este Tórax, se escapan sus palpitaciones, sus embustes y sus anhelos y nos sentimos descubiertos o identificados, porque ¿quién no ha dejado salir sus penas en un bar al amparo de la lobreguez del lugar y agazapado por los efectos etílicos del whisky o el mezcal? ¿O tratado de aprisionar el amor en el cuarto de un hotel? Justo cuando la Tormenta inmoral trae repentinamente recuerdos de aquellos instantes dolorosos o no, que te ubican a orillas del mar sintiendo el oleaje salvaje y al instante siguiente, te sitúan en la concurrida ciudad caos perdidos entre la multitud enajenada y zombi, esa misma ciudad que nos devora y nos hace conscientes de que hoy Las ventanas abiertas ya no dan al cielo, de que se han apagado las estrellas y la vida se nos escapa vertiginosamente, pasando en flashbacks los rostros amados y los odiados en la plenitud de la muerte.

Toda una Odisea espacial resulta el baño de Emilio, quien inicia el ritual de la tina, cual océano peligroso y se sujeta fuertemente con sus manecitas como chupones succionadores a los brazos protectores de su madre. La noche se instala y el sueño vence a sus padres, no obstante, el sonido de una nave espacial estrellándose contra los cristales, los despierta abruptamente para darse cuenta de que su hijo los reclama porque tiene hambre, frío o está mojado; son las tres de la mañana y el pequeño una vez satisfechas sus necesidades vitales, vuelve a conciliar el sueño como un bendito, mientras ellos exhaustos se revuelven entre las sábanas sin poder pegar ojo.

Alexis, la calma y la tormenta, la castidad y la lujuria, sombra y luz, euforia/manía, paraíso e infierno, pulsión eros/thanatos, amor/odio. Alexis, eterna dualidad, principio del placer y fin de un poema que aún no se escribe.

Y así, la Caja torácica pone fin a esta serie de versos catárticos de un hombre melancólico, sediento de expresar sus más recónditos sentimientos y ansioso de darle un espacio a la vida secreta de las palabras que salen de su Tórax. Al igual que esta presentación Sin título termino con una invitación a que disfruten este poemario que tiene mucho de musical y mucho de nostalgia y de recuerdos y de desesperación, pero sobre todo de amor, de mucho amor. Ese amor que se desgaja y que alcanza para su vástago, para su esposa, para sus padres, hermanos, amigos y que alcanza también para la literatura.