Segunda vértebra del cuello, la cual, permite el movimiento de rotación de la cabeza, especialmente diferenciada en los reptiles, aves y mamíferos.
Entonces:
Estos poemas, se aproximan a una confesión de la vitalidad existencial como un hemograma hecho a la columna antroposófica de un chico llamado Miguel. ¿Y por qué antroposófica?, porque a medida que iba leyendo no podía evitar pensar en una suerte de salto espiritual a través de versos que parecen en primera instancia pequeñas anécdotas o reconocimiento de la diferencia de los otros, las sabandijas, la abuela, los carros (o coches) y, aunque a veces se sienta como un reptil diminuto, tiene una consciencia homínida del entorno y sobre todo, del propio lenguaje frente a un habla social.
Aunque Miguel Torres mencione moscas y otros animales en sus poemas, no es precisamente que él tenga una necesidad de amigarse con ese reino (es puramente referencial y ni lo defiende, ni lo idolatra como se está relacionado esos reinos en el discurso «eco-poético» correcto actual). A él, le importa cómo un homínido diferenciarse de todo lo demás, nombrando su proceso de crecer sobre su propia posibilidad, pero reconociendo su entorno con un buen olfato de iniciado.
Los huesos son tan personales como la poesía de Miguel, su contacto con lo otro empieza en un reconocimiento hecho a la medida de su ternura. La sociedad sólo es bilateral por una necesidad de sobrevivencia e intercambio de necesidades básicas, pero la gran espiritualidad que responde a la existencia no es precisamente un tejido social, sino que, tiene que ver con la procreación de sus sueños más altos, la capacidad de reproducirse como especie y cómo espíritu, esa luminosidad proveniente de su toma de consciencia individual. Su reflexión se acerca a un conocimiento por negación del dolor, o de los diversos tipos de dolor que convocan una fuerza en él. Dolor vallejiano, más dolor de mejicano, cortándose con una navaja en el semáforo, tal vez, el mejor motivo para escribir. Quién es José Emilio, sino el mayor interlocutor resultado de esas divagaciones y reflexiones axiales. José Emilio no es el hijo, es el único concepto que puede responder a preguntas difíciles sobre la existencia.
Axis es un canto desenfadado a sí mismo, un recuento de lecturas donde la voz poética no se quiere opacar, ni buscar el silencio sino al contrario, quiere posicionarse desde un yo en acción con su propia vorágine, desde su centro gravitacional.
[ Leímos varios textos de Miguel con un amigo en Guadalajara, a propósito de haber pasado unos días allí. Mi amigo, gran lector de poetas norteamericanos y peruanos fue profesor universitario de literatura. Este amigo me dijo, «tiene algo de Whitman y algo de Pimentel», (se refería a Jorge Pimentel una voz poética peruana importante), supuse que era por ese reconocerse ciudad, por reconocer su neuroticismo y no tener ningún pudor de hablar de sus miedos. ]
Hay un edificio conceptual a medida que el mundo poético del autor se va sacando los músculos o el soporte carnoso, mundano, para dejar el esqueleto lírico a vista y paciencia del lector.
Miedos, ágape, neurosis, filias, confesiones en tensión. Van formando parte de una especie de espiritualidad propia.
¿He de suponer, que este acto masculino de mostrar fragilidad, también proyectando biología en su hijo, es equilibrado por el uso de la palabra vertebra, columna? Columna que es soporte, contención, masculinidad por excelencia: un de mí sale todo, como una casa humana que deberá sostenerse aún en tiempos de amor no correspondido.
Para los celtas, la columna simbolizaba el eje del mundo, comparable al héroe que sostiene a sus compañeros como pilar del combate. Posee además, una connotación fálica como poder generador, erección natural de la piedra.
Es también, una frontera de protección insuperable, más allá del cual el hombre no debe aventurarse, como ocurría con las famosas Columnas de Hércules. La voz poética de Miguel sabe que hay mucho mas allá, pero arriesga poco, porque sabe que debe sostener. Algunos de los textos tienen matices surrealistas con una energía sutil que reconocen la ignorancia o la impotencia, casi cual cesar Vallejo en su Yo no sé, pero a la vez, no quiebra el axis y deja que la columna guíe sus versos.
Es aquí cuando empiezo a pensar en los fonemas como unidades de sonido que también quieren significar. Axis, por ejemplo, es una palabra que se parece a Alexis, la mujer que es de verdad y que por el sonido solo, ya debe haber inspirado el soporte fonológico de varios de estos textos. Ni Axis, ni Alexis, son fonemas hispanos. Uno es latín y Alexis, se originó en el griego anexo que designa al que ayuda o defiende. La terminación alude al género masculino de acuerdo a la gramática griega. Como si lo femenino no diera la talla, la voz busca una masculinización imperante a pesar de la ternura y la fragilidad, a pesar de negar el automóvil, o como necesidad o como objeto preciado.
– ¿Por qué entonces hacer una suerte de Bildungsroman [1] en poesía, casi casi, contar el periplo del proceso cronológico?, ¿No hubiera sido más fácil narrar, también en clave literaria? ¿Quiere Miguel contarnos historias, su historia, o quiere profundizar esa llama en flor que lo prendió cuando tenía 13 años? –
¿Qué pasa con el rizoma o la conexión de las poéticas, las vanguardias hispanoamericanas en constante rotación? En Miguel, hay un acercamiento a esa Latinoamérica casi invisible para las letras mejicanas, la generación de Miguel es mucho más cercana a una poesía fractal, tienen al inglés haciendo ruido, eco, clase maestra, por eso tienen semánticas que llegan de vertientes muy disímiles, a veces ni siquiera lingüísticas o poéticas en el sentido tradicional. Son los mismos vínculos económicos y sociales que se suscitaron después de las caída del muro y la avanzada brutal del capitalismo gringo en pugna con China y su también capitalismo sui generis, que empujará a esa generación principalmente a mirarse entre espejos y tecnologías, zonas dudosas entre géneros tanto artísticos como humanos, que vienen permitiendo un lenguaje líquido vinculado a las instituciones y sus patriarcas o cánones clericales que busca el disentimiento antidogmágtico, entonces, el humano empieza a hacerse cargo de su léxico y sus movimientos. Por supuesto, siempre enfrentando o sacándole la vuelta al sistema idiomático que impera, porque ningún idioma va a ser suficiente para nombrar todo lo que el bombardeo de medios de comunicación, arte y seudo arte pulula en el mercado, incluso los intercambios estudiantiles, los cambios de mallas curriculares y paradigmas entre países, que permiten otra apertura al habla del otro y por lo tanto una nueva mirada sobre sí mismo.
Esa sutil brisa peruana soplando en estos poemas mece apenas, pero mece. Miguel conserva su axioma de muchacho viril, padre y amante mexicano, pero la humildad de aquel conocimiento que alimenta su palabra poética, es herencia definitiva de alguna luz peruana que se coló como yerba mala en sus poemas.
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[1] Un Bildungsroman, o novela de formación, es un género narrativo que narra la evolución y crecimiento personal de un protagonista desde la infancia hasta la madurez, incluyendo su búsqueda de identidad y significado en la vida. Se enfoca en la transformación del personaje a medida que enfrenta desafíos, aprende de sus experiencias y desarrolla su conciencia moral y espiritual.